martes, 30 de noviembre de 2010

"CUANDO EL ANCIANO ES UN ENGORRO", Jueves 08 de Abril de 2010.

Carmen Morán
El maltrato a los ancianos ha sido el último descubrimiento dentro de la violencia familiar, y en una sociedad como la actual en la que es rara la causa que no tiene un cumpleaños, hubo que esperar hasta 2006 para que se proclamara una fecha, el 15 de junio, como día mundial para la toma de conciencia contra los abusos a mayores.
La dificultad para detectar estas conductas agresivas, o negligentes, permite dudar a los expertos sobre la exactitud de la incidencia del maltrato, que en el mundo se sitúa alrededor de un 3%. Si se tiene en cuenta lo que contestan los ancianos, en España puede hablarse de un 0,8% en general (unas 60.000 víctimas), pero si se trata de mayores con gran dependencia el porcentaje sube hasta el 2,9%, o sea, como en el resto del planeta. Pero las dudas de los expertos siempre se matizan en la misma dirección: hay más de lo que se ve y de lo que detectan los protocolos, aún incipientes. Y en ello abundan las respuestas de los cuidadores, un 4,6% reconoce que ha tenido hacia el mayor conductas de maltrato. Todas estas cifras salen del último y más completo estudio, el de Isabel Iborra para el Centro Reina Sofía, donde se detallan las cinco formas de maltrato a ancianos: físico, psicológico, negligencia, abuso económico y abuso sexual.

El abuso económico es el más frecuente aunque no se le presta mucha atención. "El agresor utiliza el dinero de la víctima sin su consentimiento, le obliga a modificar el testamento, a cambiar de nombre la vivienda", relata Isabel Iborra, que es psicóloga forense y coordinadora científica del Reina Sofía. El perfil del agresor, en estos casos, es el de una persona que depende de la pensión del abuelo. Paradójicamente, la víctima no se rebela, porque sabe que, de hacerlo, el agresor caerá en cierto desamparo.

¿Quiénes son estos agresores que tanto sentimiento despiertan en sus víctimas? La pareja y los hijos. Hombres y mujeres mitad por mitad. Seis de cada diez agresores tienen más de 64 años y cuatro de cada diez tienen algún problema físico. Más de la mitad sufre estrés.

La negligencia y el maltrato psicológico siguen en frecuencia al abuso económico. Bajo la negligencia se enmarcan ciertas conductas como proporcionar dosis inadecuadas de medicación (por exceso o por defecto) o una medicación errónea, privar de las necesidades básicas (alimentación, higiene, calor, ropa adecuada al clima, asistencia sanitaria, etcétera) o el abandono. Y el maltrato psicológico se presenta bajo acciones de rechazo, insultos, terror, aislamiento, gritos, humillaciones, amenazas, se les ignora o se les priva de afecto.


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Son situaciones que cualquiera puede detectar en su entorno, el problema es que estas formas de agresión no se identifican como maltrato, como tampoco se consideraba tal el desprecio en sus múltiples variantes de los hombres hacia sus parejas antes de que se definiera certeramente la violencia machista.
"Los mayores no reconocen el maltrato por tabú y porque no lo ven, porque sus vidas han sido muy duras y están acostumbrados en cierta medida. Otros sienten culpabilidad porque son sus hijos y ellos, piensan, los han educado así. La culpabilidad es grande. El qué habré hecho yo para que me traten así", explica Isabel Iborra, que es en la actualidad representante por España de la Red Internacional para la Prevención de los Abusos a Ancianos (Inpea, en sus siglas inglesas).
"El reconocimiento social del maltrato no siempre es exacto, no lo distinguen a veces ni los trabajadores sanitarios o sociales, y sí, es un tabú", coincide María Teresa Bazo, catedrática de Sociología de la Universidad del País Vasco.
Esta experta apunta las dificultades que ha habido para definir protocolos de estudio a partir de los cuales unificar la incidencia del maltrato hacia los mayores, pero también las trabas culturales que han lastrado el reconocimiento social, familiar, de estas agresiones. "El propio maltrato físico, que sería en principio más detectable, no siempre lo es, porque las circunstancias de los ancianos a veces inducen a error". Se refiere, por ejemplo, al moratón que puede salirle en un brazo a una persona mayor por el simple hecho de agarrarle fuerte para evitarle un resbalón.
Bazo, que antecedió a Iborra como representante en la Inpea, asegura que el maltrato a estas personas es completamente "internacional e interclasista". Son los modelos de atención a la vejez los que determinan algunas características propias. Por ejemplo, en España, los abuelos están atendidos sobre todo, en casa. Tan es así, que una de las amenazas clásicas, en el apartado de maltrato psicológico, es el ingreso forzado en una residencia geriátrica. También en esos centros se dan situaciones de abuso que recaen, claro, entre los profesionales.

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Y esa atención en casa, propia de los países mediterráneos, está complicando las situaciones de maltrato, como empiezan a detectar los profesionales. Porque cuidar a un anciano con graves problemas de dependencia no es sencillo y "las familias no siempre tienen los recursos emocionales, intelectuales, morales o económicos", dice María Teresa Bazo. Y las ayudas públicas no son suficientes en casos así.
En situaciones como ésas, las familias muchas veces se encuentran desbordadas y en una situación ambivalente que da cobijo al amor y al odio a partes iguales. "El familiar, que lleva años haciéndose cargo del anciano, siente cariño hacia él, es su padre, o su madre, pero también está al límite; ha tenido que dejar el trabajo, perdido la libertad, los amigos; por eso, cuando el anciano muere, la sensación de culpa es grande. Es entonces cuando reconocen y lamentan los gritos, los empujones, las malas respuestas, las broncas", explica Jesús Miranda, profesor de Psicología en la Universidad de Málaga.
Es entonces cuando afloran los malos tratos pasados. Y la situación cada vez es más frecuente, o, al menos, se percibe con más claridad, entre otras cosas, porque es más usual elaborar el duelo con la ayuda de un profesional.

Los cuidados de un niño que nace también roban parte de la vida, del trabajo, las salidas con amigos, las costumbres. Pero los hijos dan afectividad y los cuidados tienen un límite, van decayendo a medida que crecen. Con los ancianos es justo al revés. "Lo que en principio se ve como una situación de emergencia, cuidar al padre, resulta que se va alargando durante años, no se le ve el fin; y encima la relación de afectividad se va perdiendo cuando merman las facultades del anciano. Antes era una persona que hacía cosas, que interactuaba con la familia, pero con el tiempo se va convirtiendo en un engorro", prosigue Jesús Miranda. Cuando la pérdida de libertad se hace insoportable, "la única salida es el fallecimiento. Pero entonces aflora la culpabilidad porque, a la vez que la pena, se siente cierta sensación de alivio". Se sienten mal porque se sienten bien, sería el resumen.

"Todos esos malos tratos se están dando, son situaciones casi naturales, reacciones ante situaciones límite. Y va a más porque se vive más tiempo y no siempre en las mejores condiciones. Por otro lado, el que cuida tiene una sensación de recorte en su libertad que en otras épocas no se tenía. Estamos acostumbrados a tener más, por tanto, percibimos más pérdida", afirma Miranda, que dirige un máster sobre orientación psicológica para intervención en casos de emergencia y catástrofes.


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Juan Muñoz Tortosa, profesor de Psicología de la Universidad de Granada, ultima un libro titulado ¿Están maltratados mis padres? Pilares de la violencia oculta, donde analiza los sostenes de estas agresiones. Está convencido de que el maltrato está aumentando, que "hay muchas personas que ya lo están sufriendo aunque permanece oculto". "Los cuidadores placer al principio dando más de lo que reciben, pero a la larga se entra en conflictos de intereses y motivaciones y las necesidades del anciano pueden devenir una losa para el que le cuida. Es ahí donde se inicia la espiral de violencia", dice. Pero Muñoz Tortosa advierte que muchos cuidadores están sobrepasados por las circunstancias y no todos maltratan, sin embargo. Opina que entre el agresor y la víctima hay, muchas veces, una relación de codependencia.

Este profesor explica que el asunto, en todo caso, adolece de una "debilidad metodológica" que no favorece aún estudios estadísticos en profundidad. "Ni siquiera existe una definición consensuada de este maltrato", lamenta.

En efecto, el maltrato a ancianos, como el de niños o mujeres, se da en la intimidad del hogar, una rémora para que estas agresiones salgan a la luz y reciban la condena pública que llame a la puerta de la política. Entre cinco y siete de cada ocho casos de maltrato no se detectan, según una guía que acaba de editar el Ayuntamiento de Madrid para prevenir estas conductas. "Hay leyes de protección de los menores, pero no de ancianos, faltan medidas para protegerlos", pide Muñoz Tortosa.

En 1997, la horrorosa muerte de Ana Orantes, quemada viva por su marido en Granada, fue la pesadilla que despertó la conciencia social y política. Y qué decir del trauma colectivo que generan los abusos contra los menores. No ha habido un caso así entre los ancianos. Son víctimas que no se rebelan, que van a menos. "Lo común es el maltrato continuado e indetectable, personas atemorizadas en casa sin contacto social ni comunicación con el exterior. No hay llamadas telefónicas, nadie los ve. Todo ello deriva en una falta de conciencia real, que no se perciben como un problema social y por tanto, tampoco como un problema político", describe María Teresa Bazo.

En 1870 se contempló en Gran Bretaña el maltrato infantil como un problema social, aunque hasta los años sesenta del siglo pasado no comenzó a investigarse sistemáticamente; en los setenta se hace visible la violencia entre cónyuges y se afianza el término de violencia doméstica en los ochenta. Después vendría el maltrato a ancianos, para el que se acuñó en los ochenta el término elder abuse en Estados Unidos.

Mervyn Eastman publicó a principios de los ochenta sobre este problema en Reino Unido. De inmediato salió el ministro de turno a decir no, aquí de eso no tenemos. Pero claro que había. Y hay. No sólo en Inglaterra.

El País

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